Era la primera vez que Lucy se quedaba a dormir en casa de Viki,
antes no había aceptado la invitación porque recordaba un horrible asesinato
sucedido en ese lugar, y una época de abandono del inmueble en el cual se dijo
que el alma de la joven que murió ahí, penaba por las noches.
Pero, debido a la insistencia de Viki y el testimonio de que
no lo ocurrió nada raro en sus dos años viviendo ahí, Lucy dejó atrás los
pretextos para asistir a la fiesta de pijamas junto con otras seis chicas.
Después de hacer todas las actividades posibles, cayeron rendidas. Algunas en
el piso, otras en la cama o el sillón.
Por la madrugada, un leve sollozo fue suficiente para
despertar a Lucy, quien preocupada por sus amigas, preguntó tres veces lo que
ocurría, sin que nadie respondiera, así que decidió revisarlas una a una,
primero con la chica más cercana, pero ella estaba profundamente dormida, luego
la siguiente, que también estaba muy placida. Fue con otra, otra más, luego con
la quinta, la sexta, la séptima, y estaba punto de revisar el octavo bulto,
cuando se dio cuenta que algo no andaba bien, eran ocho jóvenes en total, pero
si ella estaba de pie, entonces solo debían ser siete personas dormidas.
Lentamente fue hacia aquella bolsa de dormir, haciendo el
menor ruido posible, al llegar solo a unos pasos de distancia, pudo comprobar
que el sollozo salía de ahí, sabiendo que no se trataba de alguna de sus
amigas, se armó de valor para preguntar: —¿Estas bien? —entonces los chillidos
aumentaron de tono. Nuevamente Lucy dijo: —¿Necesitas ayuda? —al terminar el
cuestionamiento, como si se tratara de palabras mágicas, las cobijas dieron un
vuelco y una demacrada joven con el rostro lloroso, señaló hacia una pared de
la casa, para luego desparecer emitiendo un aterrador grito que sacó del sueño
a las demás.
Todas las chicas se pusieron de pie agitadas, fueron directo
a la pared tratando de desgarrar la pares con sus propias manos. Sin saber
porque, todas las chicas envueltas en llanto deshicieron el muro, donde
descubrieron un pedazo de tela, después algunos cabellos, hasta que finalmente
se encontraron de frente con el afligido rostro de un cadáver momificado.
La tristeza que las invadía no permitía que hicieran otra
cosa más que llorar y lamentarse, solo hasta que la traslucida imagen de la
chica se separó del cadáver, dando las gracias a cada una de ellas, su malestar
pudo calmarse.
Su asesinato ocurrió al mismo tiempo que el de la otra
mujer, pero debido a que esta fue encontrada tendida sobre el suelo, se
concentraron en eso y nadie se dio a la tarea de revisar el sitio para notar la
pared extra, donde escondieron a la otra chica. Ella fue la que todo el tiempo
estuvo penando, en espera de que su cuerpo pudiera ser descubierto y le dieran
el descanso apropiado.